Durante varios meses he puesto a prueba una teoría. Cada vez que una persona actuaba de manera irracional, trataba yo de comprender qué se escondía detrás. Según nuestro amigo Bobby, es el dinero. Y creo que no andaba muy mal encaminado.
Mi teoría -seguro que no la estoy descubriendo el primero- consiste en que los seres humanos podemos pensar de forma racional sobre las cosas distantes o que no nos atañen personalmente. Pero en el momento en el que de una situación se pueda derivar un interés personal, entonces nuestra visión de la realidad cambia, y la transformamos en un mundo virtual en el que las leyes de la naturaleza se adaptan para satisfacer nuestros deseos. Una vez creado ese mundo virtual, no hay argumento que nos pueda hacer dudar de él, lo defendemos con sofismas si es necesario.
El problema llega cuando la realidad se niega a comportarse igual que nuestro mundo virtual. Las cosas no parecen salir como deberían haber salido, y la culpa se la echamos a la suerte o a la providencia. Creer a pies juntillas en la suerte o en la providencia divina hace que nos quedemos atrapados en ese estado por siempre.
Cuando eliminamos a Dios y a la suerte de nuestra ecuación, cada vez que nuestra visión del mundo choca con la realidad, tenemos la ocasión de descubrir que estábamos equivocados, de aprender. Podemos elaborar una nueva versión de la realidad percibida, más parecida a la realidad auténtica, con la que nos tropezaremos menos. A este proceso podríamos llamarle madurar.
A la luz de esta teoría, veo de otra manera a esas personas que parece que tienen muy mala suerte, que todo les sale mal. La única mala suerte que han tenido estas personas es contar con un benefactor bienintencionado que les ha impedido madurar, convirtiéndolos en eternos capullos -en el sentido metafórico.
Yo conozco personalmente a cinco personas así.
Articulo de Abraham J. Palma
Totalmente de acuerdo con tu análisis, desgraciadamente conozco a muchos mas que tu.
ResponderEliminarUn saludo.