Los huracanes han sido siempre fenómenos naturales violentos que cuando golpean con fuerza una zona poblada provocan catástrofes humanas. Sin embargo, no es tan común que provoquen estallidos de burbujas y cracks especulativos como el registrado en el estado de Florida, Estados Unidos, en 1926.
En la década de los 20, los Estados Unidos crecían como el Imperio Británico del siglo 18, y era natural que la gente empezara a pensar que esta prosperidad iba a durar eternamente. Pero el destino de esta burbuja no era la bolsa, sino el mercado inmobiliario.
En 1920 Florida se volvió un lugar popular para la gente que quería pasar sus vacaciones o tener su residencia alejados del frío. Los primeros que llegaron al estado fueron los granjeros, atraídos por la promesa de suelos fértiles e inviernos suaves, que abandonaron sus campos y compraron enormes lotes de tierra de cultivo. Rápidamente fueron seguidos por los banqueros de Nueva York, ansiosos de gastar su dinero y hacer ostentación de riqueza. La población iba creciendo a ritmo constante, y la construcción de casas no correspondía con la demanda, doblando o incluso triplicando los precios en algunos casos. Aunque la escasez de vivienda no estaba injustificada en este caso (era difícil debido a las complicaciones del terreno en su mayoría pantanoso), las noticias de unos precios incrementándose de forma espectacular atrajo a los especuladores. Esto hizo que los precios se inflaran todavía más, y pronto en Florida todo el mundo se convirtió en un inversor o un agente de la propiedad inmobiliaria. Se declaró la guerra al pantano, y se estableció una próspera industria de transporte de tierra para desecar grandes espacios y arrebatárselos a la marisma. La tierra que se había comprado en 1920 por 800.000 dólares se podía revender por cuatro millones seis años más tarde. Los precios se incrementaron tanto que para comprar una propiedad en el pantano en 1926 tenías que pagar lo mismo que si se tuviera que pagar por un hogar de lujo en una de las comunidades aisladas y vigiladas de la actual ciudad de Miami hoy en día (cuatro millones y medio) y eso sin ajustar la inflación. Ésto ocurrió durante un tiempo, y el precio de la tierra llegó a cuadruplicarse en menos de un año. Como era de esperar, se llegó a un punto en el que no hubo nadie que pagaran los exhorbitantes precios a los que llegaron los terrenos, y éstos empezaron a ajustarse suavemente.
Sin embargo el desencadenante de la explosión de la burbuja fue un huracán que en 1926 destruyó muchas propiedades y causó numerosos daños tanto materiales como personales. Las infraestructuras y la mayor parte de los trabajos de desecado y dragado no estaban preparados para éste tipo de contingencia, y el pantano reclamó lo que le pertenecía. Más de 50.000 hogares se quedaron sin electricidad y las pérdidas se elevaron a 115 millones de dólares. No obstante, el peor daño que causó el huracán posiblemente fue la pérdida de la imagen de paraíso pacífico y bucólico que había hecho de Florida un destino envidiado. Los especuladores se dieron cuenta de que había terminado el tiempo de vacas gordas, y empezaron a vender sus propiedades para asegurar los beneficios en la medida de lo posible. El pánico se extendió y todo el mundo simultáneamente quiso vender casas y terrenos, y los precios se desplomaron de tal forma que incluso descendieron por debajo de los que existían antes de la creación de la burbuja.
Al desplome de los precios siguieron las usuales bancarrotas producidas en la gente que se había endeudado comprando propiedades y que ahora sólo tenían una serie de tierras sin valor en mitad del pantano. No obstante, esta crisis fue rápidamente superada y olvidada por el boom especulativo que se generó en la bolsa de Nueva York entre la década de los 20, y que terminaría en el Crack bursátil de 1929.
Este blog vuestro es muy interesante! Ya lo tengo de fav. en BoosterBlog!
ResponderEliminarUn saludo y seguid así,
Isidro
Pues los vientos de Florida vienen para aqui.
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